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Madrastra, tú no eres la madre



Sabemos que muchos de nuestros cuidkers han sido, o son actualmente, "madrastras" o "padrastros" de los hijos de sus parejas. Esta situación a veces puede ser muy complicada, es por ello que os traemos este artículo de Berta Capdevilla, una de las fundadoras de SerMadrastra.com y terapeuta especializada en acompañamiento a madrastras y familias enlazadas.


Testimonio de Berta Capdevilla:


Soy madrastra desde hace 10 años y, en este tiempo, es increíble la cantidad de gente que ha tratado de explicarme cuál tenía que ser mi rol en la familia: no eres la madre, eres como una madre (pero sin serlo), tienes que ser una adulta de referencia, eres la compañera de su padre, tienes que apoyar desde “tu lugar”, etc.


Es curioso, ¿no? Tengo un hijo de 8 años y nadie ha sentido nunca la necesidad de aclararme que no soy su abuela ni su tía, o de explicarme lo que puedo hacer y lo que no.


Entonces, ¿cuál es el problema con las madrastras?


Bueno, el primero es el nombre.


Cuando mi hijastro tenía 4 y 5 años, a menudo la gente me confundía con su madre y él se esforzaba en explicarles quién era yo en realidad. Pasé por varias fases: fui “la prima de mi padre”, “la que me cuida”, la “marida” de los dos… Hasta que un día decidí contarle que yo era su madrastra y él, mi hijastro.


Sé que estas palabras no son del gusto de todo el mundo, pero a nosotros nos sirvieron para aliviar el problema de la definición. Él podía explicar quién era yo (diferenciándome de su madre), y yo tenía un nombre para dar realidad a mi rol. Porque lo que no se nombra, no se ve, y es doloroso ser invisible en tu propia familia.


Pero, aunque me presentara como madrastra, seguía recibiendo instrucciones no solicitadas sobre lo que me estaba permitido y lo que no. Eso me hace pensar que todavía no se ha normalizado el hecho de que, tras una ruptura, una nueva figura femenina pueda estar cerca de los niños.


La realidad es que la llegada de una madrastra a la familia se vive con gran contradicción: por un lado, se la percibe como una amenaza para las criaturas, con lo cual, de forma preventiva, se le exige que las quiera y cuide como si fueran suyas. Eso también permite que el padre mantenga sus horarios laborales y otras ocupaciones. Pero al mismo tiempo, se la ve como una competidora de la madre, con lo cual se le pide que mantenga las distancias y que no usurpe un lugar que no le corresponde.


Estos mensajes contradictorios (que pueden ser explícitos o implícitos) sumen a la madrastra en un mar de dudas y ansiedad sobre qué se supone que debe hacer y sentir en cada momento. Y si a esto sumamos su intenso deseo de sentirse aceptada, es fácil que termine cediendo en sus límites personales o forzándose a hacer un papel que en realidad no quiere y que, a lo mejor, tampoco es lo que necesitan sus hijastros. Es el caldo de cultivo perfecto para el resentimiento y la tensión familiar y un motivo de ruptura habitual en las familias enlazadas.


Por este motivo, es necesario que dejemos de fiscalizar a la madrastra y, en vez de eso, reconozcamos la dificultad a la que se enfrenta. Está tratando de construir una relación con niños (o no tan niños) que no la eligieron y que ella, seguramente, tampoco habría elegido si no fuesen en pack con su pareja. Ante esta situación, una madrastra no necesita control externo sino información, empatía y redes de apoyo.

Personalmente, he conocido a madrastras súper maternales con hijastros encantados, y madrastras que se limitan a un respetuoso “hola y adiós”; madrastras que hacen equipo con la madre y madrastras que nunca han cruzado una palabra con ella; madrastras “colegas” y madrastras “angustias”; madrastras que mandan en casa y madrastras que dejan la cuestión de las normas en manos de su pareja; hay madrastras que conviven 24/7 con sus hijastros y otras que prefieren vivir en su propia casa independiente.

Existe una infinita gama de grises entre los cuales cada mujer va probando (normalmente con grandes dosis de miedo y angustia), hasta encontrar el modelo que funciona para ella y su familia. Muchas veces no es el que habría deseado en un principio o el que su pareja esperaba, sino el que resulta viable para todos en un momento dado. Y está bien así.


Dejemos de someter a las madrastras a un examen constante. Ellas son, sencillamente, cuidkers que cuentan con pocos referentes positivos y que necesitan tiempo para descubrir de qué manera pueden y quieren vivir en familia.





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